martes, 28 de febrero de 2012

Bicentenario de la Bandera Nacional en Rosario



DORMITE PATRIA

Dormite patria sobre mi camisa,
olvidate pronto de los que te pisan.
Dormite patria que la noche es fría
y hay un viento blanco sobre la avenida.

Quiero llevarte como cuando era otro
y te lucía flamante sobre el guardapolvo.
Todavía no habia crecido y estabas prendida
a mi solapa blanca como un buen augurio.
Dormite patria que los corazones
te harán de almohada para tus pulmones.

Dormite patria que suena la radio
y alguien que te nombra lo dice cantando.
Quiero llevarte porque siempre es invierno
y no tenés un techo y están los lobos sueltos.
Malena, Carlitos Gardel y los caudillos,
las madres de los pañuelos y los hijos de mis hijos.

El que vende flores, yo que hago estas canciones,
esas chicas de las tiendas, los que arreglan los motores,
te vamos a hace una ronda que abarque todo el mapa
y entre provincia y provincia no habrá limites ni nada.

Dormite patria como mi enamorada
llevo tu corpiño atado en mi lanza,
el último aliento, la canción que me queda,
es que seas distinta a la que vi en la escuela.
Quiero llevarte como cuando era otro
y te lucía flamante sobre el guardapolvo.
Todavía no había crecido y estabas prendida
a mi solapa blanca como un papelito.

Dormite patria que en la cuadra aquí cerca
suena ya la murga para que te duermas.
Dormite patria pero dormí conmigo
para que la muerte se lleve al domingo.

Adrián Abonizio

lunes, 27 de febrero de 2012

MÁS CLARO, IMPOSIBLE

Nota aparecida en el diario Página 12 del 26/2/2012

No sólo el tren

Por Eduardo Aliverti

Lo sucedido en el Once presenta dos grandes bloques temáticos. El problema, según interpreta el firmante, es que una mayoría de las opiniones e indignaciones circulantes mezcla esos elementos con una facilidad nada recomendable. No es extraño: cuando una cuestión es muy compleja y mucho más si queda envuelta por una tragedia, suele suceder que se recurre a explicaciones fáciles, demagógicas. Reemplazan lo arduo de pensar con mayor profundidad, que es todo un trabajo.

Una parte refiere al accidente propiamente dicho. El término es usado como convencionalismo, porque ya se sabe que no puede definirse como “accidente” aquello que es o sería prevenible. Acerca de eso, hay unas preguntas primeras y excluyentes. Si se demostrara que ocurrió una falla humana con carácter de causa central, ¿cambiaría en algo la observación sobre un transporte ferroviario de pasajeros virtualmente colapsado? ¿Variaría lo que debe opinarse y actuarse en torno de un esquema mamarrachesco, que ya ni siquiera es definible como estatal, privado o mixto? Interrogantes como éstos son de una obviedad indecorosa, pero resultan convenientes a juzgar por la ensalada en que incurren funcionarios, directivos de la empresa administradora (o como quiera que quepa rotularla) y charlatanes varios. Si falló el conductor y no los frenos, ¿se acabó la discusión? Eso parecería, porque encima entra en escena el secretario de Transporte y, en medio del horror, sin aceptar preguntas, en actitud más propia de un canalla que de un pelotudo, dice que si la abuelita hubiera tenido pantalones habría sido el abuelito. Por supuesto, tampoco haría al sentido común que Schiavi se dedicara a abrir juego en torno de un debate de fondo que incluye a su cargo tanto como lo excede. ¿Qué iba a decir, justamente por estar tapado de muertos y angustias? ¿Que estaban evaluando sacarle la concesión a los Cirigliano? No, pero menos que menos faltarles el respeto al dolor, a la bronca, a la impresión. Es de esperar que Schiavi tenga los días contados en su puesto. Se requiere un gesto superior, capaz de mostrarle a la sociedad que no se tolera su dicho pornográfico. Cabe presumir que de chispas como la suya se nutren combustiones como las del viernes a la noche. Familiares y amigos del pibe muerto que encontraron recién ese día convocan a una cadena de oración, y terminan tratando de controlar a un grupo de exaltados de cantidad irrelevante, pero simbólicos en cuanto al hartazgo que desnudan las tragedias. Banquete listo, para gusto de todos los buitres subidos al drama. Más luego, anuncian que el Gobierno se presenta como querellante y que se aplicarán las sanciones que pudieran corresponder. Volviendo, ¿se termina en las sanciones? En el más “satisfactorio” de los casos, ¿les retiran la licencia y chau? Como dice Mario Wainfeld, la respuesta judicial es inevitablemente larga, farragosa. Imprescindible, por cierto. Pero en esto, lo que se necesita ante todo es una contestación política. Nadie debería pretenderla ahora mismo, que es lo exigido por la chusma de todo color y pelaje. El planteo no pasa por ahí, sino por si existe la vocación de darla más temprano que tarde.

Nace allí la segunda parte del asunto. Lo estructural. Y a tener en cuenta: las tragadas de sapo involucran al conjunto social, desde ya que en diferentes niveles porque culpa y responsabilidad no son sinónimos. Lo que subsiste de Estado ausente o mariquita sigue siendo hijo de un menemato que los argentinos aprobaron con más displicencia que reservas. Y en muchos casos con entusiasmo, como el de vastos medios y propagandistas militantes de la orgía privatizadora. Ahora vienen a llorar por ese Estado que se escapó de sus funciones básicas. El modelo engendrado en la eclosión de 2001/2002, y parido por el kirchnerismo, afectó a ese adefesio en unos pedazos significativos. Y en otros no, sin restarle mérito. Se quiso y pudo volver a mirar para dentro con comprensión global; teníamos pinta y síntomas concretos de lo que hoy es Grecia, pero no duró; hubo la quita de deuda más grande la historia; volvimos a creer en la política y no en los gerentes del mercado como mejor instancia resolutoria de nuestros dramas. Avanzamos más allá de lo que una mirada de ortodoxia clasista quiere registrar de un sistema burgués. Y hubo las cosas en que tal vez se quiso o de las que directamente no se intentó saber porque no se podía, a raíz de la debilidad con que nació la criatura. Abrir todos los frentes al mismo tiempo no podía caber en la cabeza de ningún cuerdo. Y uno de esos frentes que en lugar de abrirse se emparchó fue el del régimen de transporte. A medida que el país se recuperaba, se acentuó la garantía de viajar barato. Si volvía el trabajo, que pudieran llegar todos a sus lugares y a como diera lugar. No hay de qué arrepentirse porque los subsidios, o lo que se conoce como ingreso salarial indirecto, sirvieron al propósito de reactivar la economía. También es objetivo que ese mecanismo fue en desmedro de las reinversiones necesarias para acompañar la recuperación; pero, si se lo ve con aquel parámetro del manejo de los tiempos atento a la correlación de fuerzas, era el huevo o la gallina. No sólo respecto del transporte, sino del grueso de las prestaciones.

Esa lógica llega a su fin, pero el espanto en el Once no debe obrar como decreto. Si el criterio fuera ése, se olvidará que en unos días, no más, el “accidente” y el tema desaparecerán de los medios. Por empezar, debería convenirse que tener servicios públicos de buena calidad es un derecho ciudadano y no una aspiración regulable eternamente según los avatares de la economía. La excepcionalidad ya pasó, si es por eso y por mucho que amenace la crisis internacional. Excusas habrá siempre, y siempre las sufren los laburantes. “Sintonía fina” también debería significar que el Gobierno tome las decisiones de segunda generación, porque de lo contrario el “modelo” se habrá consumido en el enunciado y práctica de las primeras: obra pública, inclusión social creciente para saltar del infierno al purgatorio, apuesta por el mercado interno, recueste en la región latinoamericana, etcétera. Si lo proyectual no se dinamiza, las masas no se caracterizan por la paciencia y son susceptibles de caer en manos de sus verdugos una y otra vez. Hace falta renovar utopías, para decirlo simplota pero entendiblemente, y una de ellas bien debe ser que el Estado recupere por completo sus resortes estratégicos. ¿Qué sentido tiene continuar con el esperpento, otrora comprensible, de subsidiar a hombres de negocios que transforman en negociados las políticas públicas? ¿En qué sería peor, a esta altura, un Estado que administre derecho viejo las herramientas de necesidad popular? Con responsabilidad y en forma progresiva, naturalmente. No estamos hablando de manotazos oratorio-solanistas. Ni de denuncismos vacíos que pierden de vista lo imperioso de estar cubiertos por el instrumento político más apto. Estamos diciendo, sí, que en un escenario turbulento, riesgoso, es mejor jugarse a las virtudes y errores de un estatalismo progresista que a los seguros desmadres del lucro como único fin. Fue en sus etapas de fragilidad cuando este gobierno demostró que tuvo lo que había que tener. La ley de medios audiovisuales, de acuerdo con la potencia del contrincante y sin perjuicio de las deficiencias que hay en su implementación, es uno de los claros exponentes. ¿Va a achicarse con el 54 por ciento de los votos en rango flamante y una oposición reducida a las desprestigiadísimas tropas mediáticas?

Hay que ir por más, por aquello del nunca menos.

viernes, 24 de febrero de 2012

VIA LIBRE A LA RIQUEZA


La imagen de arriba es un aviso aparecido en el número 4 de la revista "Folklore" en agosto de 1961, cincuenta años atrás, cuando Arturo Frondizi puso en práctica el Plan Larkin dando inicio al desguace de los Ferrocarriles Argentinos con el levantamiento de 14.000 km. de vías férreas y el despido de miles de trabajadores. Fue el precio pagado para que -entre otras cosas- se instalaran en el país las industrias automotrices.

Con verdades a medias y mentiras totales el aviso, firmado vergonzosamente por el Ministerio de Obras y Servicios Públicos, inducía a los trabajadores ferroviarios a renunciar y dedicarse a actividades -según el gobierno o sus asesores- más rentables y productivas. Nótese el slogan final,"Vía libre a la riqueza", y el tamaño de su tipografía, mucho mayor que la del firmante del aviso.

Nuestros ferrocarriles ya eran enanos deficientes y peligrosos cuando Neustadt, doña Rosa y el innombrable riojano a través de Dromi les dieron el golpe de gracia. ¡Cincuenta años! ¡Cincuenta años de destrucción sistemática y aviesa a la que no estuvieron ajenos gobiernos democráticos, de facto, liberales, desarrollistas, radicales y pseudo peronistas! ¡Tampoco los sindicalistas ni los empresarios, ni el propio público usuario!

¿Seguiremos siendo tan poco inteligentes como para pensar que todo se arreglará mágicamente con la reestatización? Dicho de otro modo ¿seguiremos siendo tan pelotudos como para creer que la mano de obra especializada, los talleres, las estaciones, los rieles, los cambios, los puentes, túneles y viaductos, los sistemas de señales y de comunicaciones, los vagones de carga, de pasajeros, las locomotoras, los silos, galpones, guinches y todo, todo lo demás, volverán a aparecer y a funcionar mágicamente con sólo ponerles la escarapela nacional?

¿O comprenderemos de una buena vez que lo destruído en décadas necesitará más decadas para ser recontruido?

domingo, 19 de febrero de 2012

POR SUS FRUTOS LOS CONOCERÉIS


El asesinato de “un mal ejemplo”

En 1976 se casó, después de pedir inútilmente su estado laico. El obispo de La Plata Antonio Plaza le advirtió sobre “las consecuencias”. En noviembre de 1976 lo secuestraron. Se sabe que fue torturado y fusilado.

Por Alejandra Dandan (Los énfasis fueron agregados por el responsable del blog)

Federico Bacchini era un sacerdote de La Plata que empezaba a tomar distancia de la Iglesia, que le cuestionaba su opción por los pobres. Como además era músico, conoció a la organista Elsa Paladino, que tocaba en un templo metodista. Enamorado, en 1974 empezó los trámites para recuperar su estado de laico, pero el expediente nunca llegó a concretarse. Igual se casaron, tuvieron una hija, Clara, y poco después de su bautismo el por entonces obispo de La Plata, Antonio José Plaza, lo conminó a dejar la ciudad por el “mal ejemplo” que significaba para los otros sacerdotes. El se negó a hacerlo y Plaza lo amenazó con las posibles consecuencias. Sabía de qué hablaba. Era noviembre de 1976, el terror dictatorial dominaba el país con el entusiasta apoyo de altos dignatarios de la Iglesia como el propio obispo de La Plata, y Bacchini, todavía formalmente un sacerdote, fue secuestrado por una patota policial apenas unos días después. La Iglesia nunca hizo nada por él.

Clara Bacchini ahora tiene 35 años y le pone sus palabras a esa historia. “Me bautizaron en octubre de 1976”, dice. “Lo hicieron abiertamente, en Nuestra Señora de Guadalupe. Después de mi bautismo, monseñor (Antonio José) Plaza lo hace llamar a mi papá. Le dice que tenía que irse de La Plata, que teniendo esposa e hija era un mal ejemplo para el cuerpo de sacerdotes platenses. Papá le dice que no, que no era mal ejemplo para nadie. Que no estaba engañando a nadie, que había pedido a la Iglesia lo que tenía que pedir. Que no tenía nada que esconder, que no se iba y Plaza le dijo: ‘Entonces atenete a las consecuencias’. Veinte días más tarde lo secuestraron.”

Clara habló mucho de la historia que logró armar de su padre, el lunes pasado en el juicio por el circuito Camps. Antes de entrar, le habían dicho que iba a tener unos tres segundos para verles las caras a los represores que están sentados adelante. Clara sabía que todo iba a ser muy rápido. Que podía mirar o no mirar.

“Es como que vas caminando hacia ellos y en vez de llegar hasta donde están, te sentás antes. Yo los miré. Y cuando miré a Etchecolatz, que lo reconocí enseguida porque se sienta adelante de todo, sentí a una persona sin vida, que no tiene ninguna vibración. El me miraba a mí y yo lo miraba a él. Pero cuando uno se mira a los ojos con alguien, siente algo, la presencia de otra persona, otro ser humano. Yo lo miré y era como un yeso: una persona sin alma, sin espíritu. Una cosa helada, inerte. Aunque no tan inerte porque en algunos momentos en los que yo decía algo escuché cómo tosió.”

Clara está convencida de que así como el entonces arzobispo de La Plata estuvo relacionado con el secuestro su padre, Miguel Etchecolatz tosió exageradamente, como diciéndole algo, cuando ella habló de un comisario, que alguna vez sacó a su padre del centro clandestino para darle una advertencia sobre Plaza.

“Estando en cautiverio en la comisaría 5ª, a mediados de enero de 1977, un jefe de policía, que no sabemos quién fue, se puso en contacto con papá. El le había hecho un favor a la familia y eso le había generado cierta estima por mi padre. Entonces lo llamó para decirle que le tire una soga para ver con quién podía hablar para terminar con esa situación, para poner a papá en libertad, alguna soga por fuera de los poderes policiales o militares. Y papá entonces le dice que lo llamen a Plaza y la respuesta fue: ‘Te pedí una soga para sacarte, no para que te ahorquen’.” Clara siempre pensó que ese jefe policial pudo ser Etchecolatz, “pero no sé si fue él, no sé si alguna vez lo vamos a saber”.

El rol de esa Iglesia de la que habló el dictador Jorge Rafael Videla en su última entrevista es parte de las imágenes de las que hablan una y otra vez los testigos de los juicios que se suceden en todo el país. Son obispos y adjuntos a los que los familiares acudieron para pedirles información, o una mediación con la dictadura, y en muchos casos dieron datos no precisos pero ciertos sobre los desaparecidos, no de lugares pero sí sobre si seguían vivos o no. O sobre los niños robados. Lograron saber si habían nacido o no, o decían que estaban con buenas familias. Mientras algunas de las fiscalías discuten qué hacer con esa información (ver aparte), el arzobispo de La Plata, que era un confeso colaborador de la dictadura, reapareció en la declaración de Clara iluminando cómo utilizó la Iglesia su asociación con la dictadura para sacarse problemas de encima.

Quien todavía es un cura para la Iglesia, porque nunca aceptó su renuncia y el pase al estado laical, nació en noviembre de 1937 en la ciudad de Buenos Aires, en una familia de abuelos italianos, un padre muerto en su adolescencia y una madre de la que Clara habla como una gran pianista, rodeada de músicos y tangueros y muy católica. Federico era el único varón de cuatro hermanos y Clara no sabe si entró en el monasterio benedictino cuando terminó el secundario porque las cosas “debían ser así” para el hijo varón de algunas familias. Del monasterio, Federico pasó al seminario de La Plata porque no lo convencía la introspección. Plaza lo ordenó sacerdote y él parecía uno de los cuadros más prometedores de la curia: fue director del Seminario Mayor sin saber que años después iba a estar prisionero en la comisaría de la esquina; fue profesor del Instituto de Teología y como dicen que era un músico excepcional estudió y enseñó en el Conservatorio de La Plata. Pasó por varias parroquias, pero todos hablan de su paso por Cristo Rey. Ahí armó un comedor y pese a la oposición expresa del arzobispo sumó a los más jóvenes en campañas de alfabetización. Entre ellos, Jorge Bonafini, uno de los hijos de Hebe, con su esposa.

“Mi papa quería vivir la experiencia de la fe junto con la gente, no dentro del monasterio. Ahí empezó a tomar contacto con otros, pensaba hacer una orden nueva en Berisso, pero al final no lo hizo. En Cristo Rey formó grupos de trabajo social y fue tal la movida, que Plaza le había prohibido que trabaje con jóvenes para que no fomente su línea de un Evangelio tan abierto.”

En ese momento, Elsa Noemí Paladino era cantante lírica y parte de la Iglesia Metodista. Se conocieron en ciclos de conciertos y ella tomó clases con él. “Cada uno por su lado eran muy respetuosos. Mi vieja era protestante, pero no dejaba de respetar que mi viejo era cura. Y mi viejo era hombre, pero tampoco dejaba de respetar que era cura. Eran muy dogmáticos en ese sentido y cuando vieron que entre ellos había algo más que un afecto de músicos, cada uno empezó a tomar decisiones para apartarse. Entre las diferencias que tenía con la jerarquía de la Iglesia por su concepción del Evangelio y su forma de desarrollarlo, y que el Evangelio que él sentía estaba en medio de la gente y no en la catedral, más los enfrentamientos con el arzobispo, más sentir que podía estar enamorándose de una mujer y eso no coincidía con sus votos sacerdotales, hizo los trámites para el estado laical y, mientras corrían, busca tomar distancia y pide una beca para España.”

Elsa, que a su vez intentaba alejarse, también decidió irse a estudiar afuera. No se pusieron de acuerdo, pero cuando se dieron cuenta, los dos estaban en un curso en Santiago de Compostela. Cuando volvieron se casaron y pasó todo lo que pasó hasta el 25 de noviembre de 1976. Clara, de dos meses y 20 días, dormía a la una y media de la madrugada. Oyeron un timbrazo en la casa de la calle 15. Federico se sobresaltó pero logró cambiarse, cuando intentó llegar a la puerta lo paró el grupo vestido de fajina que ya la había tirado abajo. Ellos vivían en la parte alta. Abajo estaban la madre de Elsa y una hermana. Todos salieron a un pasillo. Les dijeron que buscaban a Federico Bacchini para unas preguntas, pero nadie les creyó. Cuando vieron el movimiento violento de las puertas y el despliegue de armas, entraron en un estado de tensión que crecía minuto a minuto.

“No las apuntaban a ellas con las armas, apuntaban hacia arriba”, dice Clara. “Empezaron a mostrarse más enérgicos porque lo toman a mi papá de los brazos para que no se resista. Entonces uno de civil le dice a mi vieja que se lo iban a llevar, pero que nadie salga a la vereda porque al que salga le iban a disparar. Mi vieja se abalanzó lo mismo. ‘¡Federico! ¡Federico!’ gritaba llamando a mi viejo, pero en la puerta de la casa con la mente miró para arriba y me vio a mí: una bebita en el moisés. Entonces retrocedió y no salió. Nosotras somos evangélicas metodistas. Cuando entra mi mamá de nuevo a la casa, mi abuela le dice que se calme, que se pongan a rezar un Padrenuestro. Y mi mamá empieza a decir ‘Padre Nuestro’, pero su estado de shock era tan grande que no pudo decir más que eso, no le salía el resto de la oración.”

Clara cuenta que ésa fue la última vez que a Federico lo vieron con vida o que supieron algo de forma directa. Todo lo que siguió fueron hábeas corpus negativos. Una abuela intentó ver a Plaza, pero no la recibió. El cardenal Eduardo Pironio, en 1977, les dijo que estaba convencido de que él estaba afuera, aunque a esa altura, lo supieron después, su padre estaba muerto.

Con la democracia empezaron a llegar los datos de los sobrevivientes. Entonces conocieron a Carlos Alberto de Francesco, que consiguió salir con vida de la comisaría 5ª. Les habló del encuentro entre Federico y el comisario y cómo, cuando volvió, Federico les dijo a sus compañeros que si alguno volvía a ver a Plaza antes que él, lo manden “a la remilputa que lo parió”.

“Ahí hay que remarcar esta cuestión de que a papá hacía dos meses que lo estaban torturando y sin embargo llegó y no dijo mátenlo, extermínenlo, asesínenlo y déjenlo tirado en la calle como hicieron con él. No dijo tápenlo con tierra y que nadie sepa dónde esta enterrado, dijo: ‘Insúltenlo’”, contó Clara en la audiencia, y lloró como llora ahora.

De Francesco estuvo con Federico en la Navidad de 1976. Hacía tanto calor adentro de la 5ª que el piso de ese infierno se mojaba con la transpiración de los cuerpos y el pánico colectivo. El sobreviviente, que se define como ateo, cuenta que Federico tenía guardado un pedazo de pan o algo de la comida.

“Y entonces los trató de acomodar a todos para sentarlos, hizo una oración y les habló de la comunión. De lo que significaba para el mundo cristiano el nacimiento de Jesús. Los hizo calmarse. Agarró el pan, lo bendijo con una oración y repartió un pedazo a cada uno. Dicen que papá tenía una voz grave, muy dulce, no sé cómo tendría su voz, pero les cantó una oración que es sobre la base de un negro spiritual.”


La tortura del desaparecido

“Mirá, todas nosotras creíamos que papá seguía con vida hasta que me llamaron del Equipo (Argentino) de Antropología Forense para decirme que habían identificado los restos. Lo primero que sentí cuando me lo dijeron, fue que la tortura del desaparecido había terminado. Es que, en realidad, para los familiares, los hijos, las esposas, lo del desaparecido es la tortura permanente. No se sabe dónde está. No se sabe si lo mataron, cuándo. Entonces cualquier persona que se te cruza en la calle que tenga un rasgo parecido, pensás si no será él. Cualquier timbre inesperado, cualquier llamado telefónico, pensás si no será él. Eso es lo que te acompaña todos los días de tu vida hasta que de golpe te llaman del EAAF y te dicen que identificaron sus restos.”

El EAAf identificó los restos de Federico en 2010, al lado de víctimas que habían pasado por centros de otros circuitos como Marta Taboada, del Protobanco. Todavía no se sabe nada cierto sobre cómo era el procedimiento de distribución de los cuerpos, y algunos jueces como Daniel Rafecas se preguntan si había un grupo encargado específicamente de esa recolección.

“No tenemos precisión aún de cómo fue fusilado –cuenta Clara–. El EAAF nos dice que Federico Bacchini estaba enterrado en una tumba NN, mezclado con restos de 35 personas, en 25 bolsas porque fueron exhumados en los ochenta y pasaron por varios lugares. La identificación fue un trabajo titánico porque estaban los huesitos mezclados, han tenido que encontrar huesito por huesito, por eso inhumamos pocas partes de su esqueleto: el cráneo, una pierna completa, la otra no, y un pedacito de un brazo, nada más. Pobrecito. Pero ahora tiene una sepultura cristiana como todo cristiano tiene derecho a tener.”

Está en La Plata en el mausoleo de Memoria, Verdad y Justicia del cementerio municipal.