Desde hace unas semanas vengo recibiendo correos electrónicos en los cuales se intenta llevar agua para el molino de los dueños de “peñas”, poniendo el tema bajo el paraguas de la defensa del “folklore” y de los intérpretes jóvenes.
Para ello se argumenta que habría por parte del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires una cierta animosidad contra esos locales, clausurándolos o impidiéndoles funcionar por medio del no otorgamiento de la debida habilitación.
Comenzaré por decir que el actual gobierno porteño es indefendible. No por su pretendida animosidad “anti folklore”, sino por decenas de cuestiones, en su gran mayoría muchísimo más importantes, como la supresión de becas y planes de ayuda social, erradicación de centros de salud mental, desinversión en el área educativa, vaciamiento del Teatro Colón, clausura de verdaderos centros culturales, etc. etc.
Pero para ser honesto, como amante de la música de raíz folklórica y como ciudadano de esta urbe tengo la obligación de decir que
lo que se está defendiendo en realidad es el negocio gastronómico que representan las peñas.
Los dueños de éstas se han reído reiteradamente en la cara de los intérpretes -de toda edad- muchos de los cuales han pagado directa o indirectamente para acceder a los escenarios de sus locales. (Entiendo por “pagar indirectamente” el hecho de que los intérpretes lleven público propio -amigos, allegados, familiares- que con sus consumiciones “amortizan” ante el propietario su presentación).
También se han burlado de ellos ofreciéndoles pagas irrisorias, pésimos sonidos, un público como los turistas extranjeros a los que les importa un bledo lo que sucede en el escenario y comen y beben entre risotadas además de pagar por un locro lo que en cualquier parte del mundo se paga por una langosta marina.
En una de estas peñas, mientras una excelente cantante mexicana desarrollaba su recital, debió exigirse para ser oída dado que en un salón de la propia “peña” subalquilado a un grupo de personas, se cantaba a voz en cuello el “cumpleaños feliz” a una de ellas...Así que por el lado de la defensa de los intérpretes, nada.
También se han reído reiteradamente en las narices de los asistentes no respetando las reservas ni los horarios, cobrando precios exorbitantes por las comidas y bebidas, ofreciendo un mobiliario que ya un faquir lo querría para sí por lo duro y mortificante, llevando a la exasperación el promedio de mesas por metro cuadrado y de espectadores por mesa.
Me ha tocado más de una vez ir a ver algún número al que deseaba escuchar, que estaba anunciado -digamos- para las 22, y después de haber consumido el asado, el locro, la empanada, el postre, el café, el vino y hasta el mantel tener que irme a las dos de la mañana, sin haber podido escucharlo y habiendo “disfrutado” en cambio tres o cuatro esperpentos impresentables. Ah, y con el c...cuadrado! O sea que de oferta cultural, nada también.
Muchachos, basta de mentiras. No sólo los políticos mienten. En esta sociedad casi todos mienten y si pueden crucifican a los que los deschavan. Tenemos el ejemplo de los barones de la soja, que defendiendo sus mezquinos intereses se cubrieron con el poncho del “quempo”, mientras sus peones siguen en negro y los campesinos siguen muriéndose o deformándose por el glifosato. No hagan lo mismo.
Digan claramente que se están perdiendo de ganar unos buenos mangos, o euros, o dólares. Que les importan tres cominos el “folklore”, sus intérpretes y el público amante del género. Que quieren -como De Angelis el lomo- poner cada empanada de humita a $ 20.- , la porción de locro a 80 y que el precio del vino lo regule el mercado.
Griten a voz en cuello que son conscientes de que a los gringos les importa tres corchos si sobre el escenario está Mercedes Sosa o Mimí Palacios, pero que quieren "very typical gauchos" y ustedes quieren dárselos...y cobrarles. Sáquense las caretas. Defiendan lo suyo con armas limpias, hablen por sí mismos y no ofendan ni a los artistas, ni al público ni al “folklore”.