miércoles, 23 de febrero de 2011

Años

Me enamoré de ella en mi adolescencia. A pesar de que era mucho mayor que yo, enseguida nos juntamos y comenzamos a convivir.
Ella, aunque sencilla, madura y experta; era natural, fresca y luminosa como un amanecer. Yo ingenuo, curioso, apasionado, entusiasta, lleno de ilusiones.
Pasamos muchos años juntos y felices, ella disfrutando de mi amor y de mi energía, yo nutriéndome con su sabiduría y gozando de sus muchos encantos y talentos. Necesitábamos poco y nada para estar bien, armoniosos y plenos.
Aunque sabía que con el paso del tiempo ella iría perdiendo algo de su misterio, confiaba en que si bien algunos de sus atractivos desaparecerían, al correr de los años le encontraría otros.
Pero no sólo eso no ocurrió sino que ella se fue volviendo cada vez más superficial y materialista. Transcurrido algo menos de medio siglo juntos, decepción más, decepción menos, yo sigo siendo el mismo idealista aunque estoy viejo. Ella ha llenado nuestra casa de artefactos y escenografías y –maquillaje, tintura y cirugías mediante- aparenta ser joven, aún más joven que yo. Yo soy auténticamente viejo y ella artificial y patéticamente “joven”.
Cada vez con más frecuencia siento que ya no tenemos nada en común, que ya no la quiero. Y no sólo porque ya no le encuentro atractivos, sino también porque en lo más esencial, me defraudó. Sin embargo me aferro a los buenos recuerdos para no apartarme definitivamente de ella.

A veces me pongo a reflexionar acerca de cómo es mi relación actual con la música popular argentina de raíz folklórica.

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