Y si antes de putearme, mis amigos lectores pueden
llegar al final del texto y de la idea.
Respecto del espacio público, nuestra sociedad se comporta como esquizofrénica.
Por ejemplo, los que se quejan de los manteros son los mismos que estacionan el auto sobre la vereda u obstruyendo una rampa. Se quejan del que vende paltas en la vereda pero se bancan al personal trainer que usa la plaza de todos como gimnasio propio.
Nuestra sociedad es
espasmódica. Un día pide pena de muerte y al otro día te hace una manifestación
defendiendo “la vida”. Algún día tendremos que cambiar.
En estos días hubo una movida de los músicos bajo el lema
“el arte es un trabajo” o “la música es un trabajo”. Estoy de acuerdo, lo es.
Aparar zapatos, también es un trabajo. Forjar hierro también lo es. Ordeñar
vacas también. Pero nadie apara zapatos, forja hierro u ordeña vacas en el tren
o en el colectivo. ¿Qué quiero decir con esto? Que todo trabajo debe tener un
ámbito adecuado. Fundamentalmente para no vulnerar el derecho de otros, en este
caso del que no quiere escuchar música, ver una función de circo o contemplar
un paso de comedia.
Cuando era un trabajador activo, mi único rato para leer o
escuchar mi música preferida era el trayecto de viaje desde mi casa al trabajo
y viceversa. Y más de una vez debí soportar en el subte a las 8 de la mañana a
un tipo desafinando con una trompeta a veinte o treinta centímetros de mi
oreja. O me alarmé cuando una pareja se trenzaba en una pelea que –tardé un
rato en enterarme de que- era ficticia,
y que lo que ocurría era que estaban montando un sketch de dudoso gusto. Y no me faltó ver un “artista” agredir
verbalmente a su público circunstancial, enojado por la falta de atención, de
aplausos o de remuneración.
No deben perseguir a quienes intentan ganarse el
sustento en los espacios públicos, sean vendedores ambulantes, manteros, payasos, malabaristas o
músicos. Pero por favor, establezcamos ámbitos razonables para el ejercicio de
cada trabajo.
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